GPPAN CDMX A 10 DE MAYO DE 2020

¿Quién les cree?
Excélsior
Dip. Federico Döring Casar

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  • Hasta la noche del viernes, el gobierno federal reportaba 3,160 muertes atribuidas al COVID-19.

Algo muy malo ocurre en México y en su capital. El número de muertos e infectados por COVID-19 crece y  no hay certeza de que haya una estrategia coordinada para atenderlo y, mucho menos, para detenerlo; no hay capacidad hospitalaria suficiente para atender a los enfermos.

Pero eso no es lo grave. Si bien la pandemia pone en evidencia la falta de inversión en infraestructura en el sector salud a lo largo de los años y los sexenios, la gravedad es más profunda y preocupante: la cifra oficial de fallecidos por la enfermedad se está quedando, todo indica,  muy corta con la realidad.

Esta semana el diario New York Times puso en jaque al panfletero gobierno de López Obrador y a su patiño  López-Gatell con la publicación de un profundo artículo que pone en evidencia la farsa  de sus cifras maquilladas y el fracaso de su estrategia. Cifras que, además, por decir lo menos, ponen en un lugar incómodo a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, pues la obligan a alinearse a una estrategia que tiene como objetivo decretar una curva estabilizada de contagios a como dé lugar y que sólo ocurre en las proyecciones mañaneras y en el show de López-Gatell.

Hasta la noche del viernes, el gobierno federal reportaba 3,160 muertes atribuidas al COVID-19, de un poco más de 31 mil casos confirmados acumulados; en la Ciudad de México los muertos apenas superaban los 600 casos.

Sin embargo, desde que se decretó la pandemia se han reportado poco más de 2,500 muertes sospechosas de estar asociadas a la epidemia en la CDMX, pero la falta de pruebas para aplicar, así como la celeridad por cerrar cada caso hace imposible confirmar las sospechas de los médicos quienes, en la primera línea de batalla, están siendo sobrepasados por la cantidad de enfermos que ingresan a los hospitales.

Hoy vivimos dos realidades diferentes: la del gobierno federal; y el otro escenario lo leemos a diario en las entrevistas al personal de salud que narra una realidad totalmente distinta, con personas muriendo sin una prueba que determine la causa, salen a las calles a exigir equipamiento que no tienen, exhiben el alarmante desapego del gobierno, la de las “benditas redes sociales” que los desnudan.

Las cifras han enfrentado a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien no ha tenido otra alternativa más que someterse al discurso oficial y leer los mensajes aprobados. Pese las evidencias, ha tenido que declarar que será el Comité Técnico nacional el que determine si una muerte fue por COVID-19. Todos lavémonos las manos, que lo demás será especulación.

Tan algo está mal que a pesar de su lealtad al presidente Andrés Manuel López Obrador, esta vez y ante las contundentes revelaciones del NYT y del diario El País, si bien no se deslindó, optó por cargarle la responsabilidad a López-Gatell. A pesar de su cercanía, tan sabe que no son confiables las cifras que no puede avalarlas y mejor se fue por el deslinde técnico.

No hay menoscabo en reconocer el comportamiento normal de una epidemia y el reto que esto implica. Lo que sí es grave es que las autoridades tergiversen la realidad a su modo. Sobre ellos recaerá el impacto de largo plazo de la enfermedad.

Mala, muy mala señal, cuando ni entre ellos se la creen.

 

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